Nunca me ha llamado especialmente la atención la geología exceptuado un elemento: Los volcanes. Esas enormes montañas en activo, escupiendo fuego y cenizas y derramando ríos de lava me hipnotizan. Ver lo que ahora, debido al desastre en La Palma, sé que se llama colada fluyendo lentamente por la ladera como si fuera caramelo líquido no me provocaba otra cosa más que el deseo de querer hundir la mano en ella…. Y me consta que no soy la única.
De pequeña me preguntaba muchas veces cómo era un cráter. Me imaginaba que al asomarse había un vacío infinito o un caldero de lava cociéndose a fuego lento… pero cuando ya de adulta subí a la cima del Teide, aún siendo una grata experiencia, me llevé una pequeña decepción: Estaba taponada. Sin embargo, las imágenes que me llegaban de otros viajeros en Indonesia mostraban un panorama muy diferente, así que cuando por fin llegó mi turno de visitar este maravilloso país, sabía que no podía faltar la excursión a dos de sus más impresionantes volcanes: El Bromo y el Ijen, en la isla de Java.
El post de hoy trata sobre el Kawah Ijen, un volcán situado en el extremo este de Java en el que se produce un fenómeno prácticamente único en el mundo: El fuego Azul.

Para poder vivir esta fascinante experiencia, hay que llegar al pueblo de Banyuwangi, en Java. Desde Bali hay agencias que ofertan las excursión en 1-2 días, pero si queréis hacerlo por vuestra cuenta, hay que coger un baratísimo ferry local en Gilimanuk que tarda algo menos de una hora en llegar hasta el puerto de Ketapang, ya en Java. Desde allí, es necesario tomar un taxi hasta el pueblo de Banyuwangi, a pocos kilómetros. Este pueblo, que no tiene ningún atractivo turístico, cuenta con estación de tren y autobús bien comunicadas con el resto de la isla, por lo que también podréis llegar por esos medios e incluso por avión.
Una vez allí, lo mejor es reservar la excusión con alguna agencia o desde el propio hotel. Es bastante económico (unos 350.000 IDR, alrededor de 21€) y muchísimo más cómodo que contratar un conductor por tu cuenta que te recoja a las 12:00 de la noche. Además, hay que tener en cuenta (y siempre preguntar) que en ese precio se incluye la entrada (150.000 IDR, 9€ aproximadamente), así que yo creo que compensa aunque se pueda hacer por libre sin ningún problema contratando un taxista que os lleve hasta allí, alquilando la máscara en el bar y el trayecto sin guía.
Cuando llegamos a Banyuwangi, nuestra idea era recorrer la ciudad y contratar la excursión para esa misma noche con alguna agencia pero no encontramos ninguna así que lo gestionamos directamente con el hotel precisamente por 350.000 IDR incluyendo recogida, linterna, máscara de gas, guía, entrada y traslado de vuelta al hotel por la mañana.
Nos echamos a dormir poquísimas horas hasta la medianoche, cuando el dueño del hotel nos despertó y nos preparó unos tés calientes con galletas que, con esa temperatura agradecimos mucho. Importante en este punto la ropa de abrigo. Cierto es que en un viaje “mochilero” de varias semanas por Indonesia no se puede ir perfectamente equipado para este escenario, pero nos os dejéis la sudadera y el impermeable, que casi con total seguridad serán suficientes.
El trayecto al campamento base del Ijen duró cerca de una hora entre zarandeos del todoterreno. Una vez allí, repartieron máscaras de gas y linternas frontales. De lo primero hubo para todos, no así de lo segundo (a nosotros no nos tocó), así que os aconsejo llevaros la vuestra o tirar de la linterna del móvil en un caso extremo.
En la base, hay un bar en el que se pueden alquilar (roñosas) chaquetas y comprar sopas, cafés e infusiones para hacer tiempo hasta que comience la expedición. Pasamos el rato tomando un té y a las 2:05 comenzamos la ascensión en grupo. La luna estaba espléndida, así que no echamos de menos la linterna frontal (aunque llevábamos una pequeña que usamos puntualmente).
Fuimos en el grupo de cabeza, andando lento pero seguro y sin parar, y esa es la mejor forma de hacerlo porque, no nos engañemos, la subida se hace bastante dura. El camino es muy empinado, de hecho luego al bajar de día pensamos que de haberlo visto con luz seguro que nos habría costado mucho más… el aspecto psicológico es muy importante en estos casos. No obstante, huelga decir que yo llevaba un pie lesionado por un pequeño accidente que había sufrido días atrás y con buen calzado y sujeción no tuve problema en completar el recorrido a buen ritmo. Si vuestro estado físico no es el mejor, creo que podréis hacerlo, aunque evidentemente os llevará más tiempo.

El último tramo es bastante más llano y llevadero, pero fue ahí donde por primera vez sentimos el aroma del azufre y decidimos ponernos las máscaras durante un tramo. Este punto era el que más reparo me daba en un principio. Había leído experiencias en las que calificaban la intensidad del olor de “irrespirable”, que quemaba la garganta y el pecho aún con la máscara, pero nosotros tuvimos suerte. No hacía nada de aire y, como os digo, no percibimos el olor hasta cerca del cráter y de forma sutil.
Tras casi una hora, conseguimos llegar al borde del cráter de los primeros… pero entonces empezaba otra fase: La bajada al interior. Son 40 minutos pero el terreno es muy irregular, estrecho y escarpado, a lo que hay que sumar que aún es noche cerrada, no hay barandilla y se juntan los que bajan con los que suben, provocando pequeños atascos y multiplicando la posibilidad de un efecto dominó fatal en caso de tropiezo. Por si fuera poco, añadimos a los pobres mineros cargados de azufre que también transitan la zona y tienen que pasar pacientemente por el mismo sendero para ganarse la vida mientras los turistas les estorbamos. Esta, sin duda, fue la peor parte por el conflicto moral que supone.

Con paciencia y mucho cuidado, descendimos y nos colocamos en un buen lugar pero a una distancia prudencial del precioso pero letal lago que inunda el cráter. La oscuridad aún no nos permitía apreciar su precioso color turquesa de las aguas que esconden una elevadísima concentración de ácido sulfúrico: Con una sola gota tu ropa y tu piel ya sufrirían quemaduras y en 15 minutos, un cuerpo sería completamente carbonizado. Peligroso, imprudente y emocionante a la vez sentirte en un lugar así. De hecho, antes de descender hay un cartel que pone que está terminantemente prohibido bajar al cráter…. pero todos (y me incluyo) hacemos caso omiso.
Desde nuestro “palco”, pudimos ver al fin ese fuego azul que tan famoso hace a este lugar a 2.386m sobre el nivel del mar. Este fenómeno se debe a la ingente cantidad de azufre que hay en el interior del volcán. Cuando éste sale a la superficie en forma líquida o de gas a más de 600º y entra en contacto con el oxígeno, provocando que estos gases ardan. En el momento en el que la temperatura desciende, gracias a la presencia de dióxido de azufre, este gas se vuelve líquido y se puede observar, siempre de noche, un pequeño río de azul brillante que termina en el lago del cráter. Hipnótico (y difícil de captar).

A pesar de la cercanía, mis temores sobre la calidad del aire se habían disipado cmpletamente. El escaso viento que soplaba lo hacía en otra dirección, pero en cualquier caso, en ningún momento nos quitamos la máscara de gas cerca del cráter.

No estuvimos ahí demasiado rato para no tentar a la suerte, así que iniciamos de nuevo el ascenso antes de que empezara a llegar el grueso de gente, a la cual nos cruzamos por el camino y una vez arriba, nos preparamos para esperar el amanecer.
Íbamos con mayas térmicas, sudadera, impermeable (todo lo que teníamos que pudiera abrigarnos) y tuve la precaución de echarnos los sarongs (pareos indonesios) a la mochila, así que nos vinieron de perlas, porque nos tapamos con ellos y nos resguardamos en una zanja hasta que salió el sol.

Cuando lo hizo, el espectáculo fue mayúsculo: El lago azul del Kawah Ijen a un lado y un mar de nubes atravesado por la cima de volcanes vecinos al otro.

Disfrutamos tranquilamente de las vistas y cuando ya tuvimos suficiente, regresamos hacia la base asombrándonos de todo lo que habíamos subido. A las 7:05 ya estábamos abajo, donde esperamos al resto de grupo.

Importante señalar que con la entrada programada una visita a unas cascadas, decidimos entre todos no visitarlas y regresar a nuestros hoteles lo antes posible, ya que todo el mundo tenía que coger un tren o barco en dirección a otro destino, pero si tenéis tiempo, preguntad por esta opción.
Después de este relato, no me queda más que recomendaros la ascensión de madrugada al volcán Ijen como una experiencia imprescindible a añadir a vuestro viaje a Indonesia si pasáis por la isla de Java junto con el la visita al volcán Bromo que os conté aquí, el paisaje más alucinante que he visto jamás.. y eso, acabando de visitar el Ijen, es mucho decir.