Mis mejores anécdotas viajeras

Viajar te regala muchas cosas pero, cuando llegas a casa, más que contar a los tuyos qué viste, cómo era el hotel, lo que comiste o cuánto te gastaste, lo que quedan con las anécdotas. Y es que el salir de la rutina, visitar otros países e interactuar con culturas distintas provoca todo tipo de situaciones que quedan para el recuerdo.

Ya son muchos años viajando por todo el globo y os puedo asegura que daría para escibir un libro pero, aunque algunas de ellas quedarán sólo para los que las vivimos, hoy quería compartir con vosotros varias de las experiencias más rocambolescas que me han pasado de viaje.

Grecia

Santorini. Septiembre de 2015. Durante un inolvidable viaje por el país heleno decidimos alquilar un quad en la isla de Santorini. Allí apenas hay tráfico y el transporte público no está muy bien desarrollado, así que sin duda era la mejor opción para movernos con libertad. Era una maravilla conducir solos por las carreteras con esas espléndidas vistas. En dirección al extremo sur de la isla, nos metimos en lo que parecía ser un atajo a al carretera que teníamos que coger… cuando nos quisimos dar cuenta, estábamos en medio de un sembrado con el quad encajado, sin posibilidad de girarse ni dar vuelta atrás.

¿Llamábamos a la agencia de alquiler? ¿Cómo les explicábamos donde estábamos? ¿Tendrían grúa en esa isla? ¿Cómo pasarían si ni siquiera cabía el quad por el sendero? La solución fue tan sencilla como primitiva: Mi novio se bajó y arrastró  a pulso los más de 150kg de quad hasta que el sendero se hizo lo suficientemente ancho para girarlo. Os aseguro que era para verlo.

Camboya

Este país me encantó y le guardo un cariño enorme porque para mí fue el primer gran choque cultural que viví. Una sociedad completamente rural, gente que vivía con lo básico y se emocionaba con lo más sencillo. Aún así, Siem Reap, la ciudad más cercana a los templos de Angkor, está orientada al turista. Después de salir a cenar, regresábamos al hotel y un chico joven se nos acercó en su tuktuk. Nos dijo que miráramos y, desenrollando el toldo sacó una bolsita de marihuana. Nosotros pasamos de tema  le dijimos “NO”, pero no paraba de seguirnos. Al final, cómo no queríamos que se pudiera cruzar algún policía y se generara una confusión que pudiera hacer que termináramos como la mujer de Frank de la Jungla, mi novio le cogió del cuello y le amenazó…. Puede sonar chungo, pero salió echando mistos…

India

Vamos con uno de los platos fuertes de mi vida: El viaje a India y Nepal, que en sí podría ser toda una anécdota. Empezó con una fuerte. Veníamos por tierra desde Nepal y quisimos cambiar todas las rupias nepalíes antes de salir del país, pues esa moneda no tiene validez fuera. En las dos casas de cambio no se mostraba la tarifa oficial así que no quisimos cambiar más euros a rupias indias, solo canjeamos las nepalíes. Nos dieron al cambio 711 rupias indias (unos 9€). Pensábamos que iba a haber más casas de cambio en el lado indio pero no fue así. Preguntamos en el puesto de inmigración y nos confirmaron que no había ninguna. Les dijimos que queríamos coger el autobús hasta Gorakhpur y luego el tren nocturno a Varanasi, a lo que me pregunto: ¿Cuánto dinero tenéis?. Yo contesté que 711 rupias, a lo que me respondió tajante: “Ohhh, será más que suficiente”. Bueno pues no sólo dio para comprar 2 billetes de autobús para un trayecto de más de 3 horas y otros dos para uno de tren de más de 6, y después coger un taxi al hotel, sino que encima nos sobraron 231 rupias (casi 3€). Alucinante.

Otra situación digna de recordar es el viaje en tren nocturno de Japiur a Jaisalmer. Por primera vez en todo el viaje, íbamos en primera clase, es decir, en un compartimento privado con una litera y ropa de cama. Al poco de iniciar el trayecto pasó el revisor y le enseñamos los billetes. Nos dijo que para continuar hasta Jaisalmer, en la siguiente parada teníamos que movernos al compartimento con la misma numeración pero al final del tren, porque se dividiría en Jodhpur. Recogimos nuestras maletas y así lo hicimos pero cual fue nuestra sorpresa cuando, en plena madrugada, en medio de un apeadero vete tú a saber donde con nosotros caminando junto al tren hacia el final, se empieza a poner en marcha…. Nos tocó correr como keniatas en la final de los 100m listos, y en el primer compartimento que encontramos abierto, lanzar las maletas y saltar en marcha a lo Indiana Jones en “La Última Cruzada”. Juré en arameo y tiramos de la palanca para parar el tren, pero no se detuvo. Los indios alucinaban con mi cabreo. Suerte que todos ellos se interesaron por nuestra situación y fueron de lo más amable, incluso corriendo junto a nosotros en la próxima parada para tratar de ayudarnos a encontrar el vagón correcto.

Italia

En una escala de vuelta de Grecia, nos tocaba pasar toda la tarde y parte de la noche en Roma, así que decidimos salir del aeropuerto y conocer la ciudad. Cómo el vuelo salía al día siguiente a las 7 de la mañana, decidimos no pagar hotel, aprovechar el tiempo al máximo y coger el autobús de vuelta al aeropuerto a las 4:00 de la mañana en la estación de Termini. Desde las 12 o la 1 podríamos descansar allí dentro. Finalmente llegamos pasada la 1 y media de la madrugada  la estación estaba cerrada, rodeada de mendigos y con las ratas campando a sus anchas. No teníamos mucha más opción, así que decidimos pasar la noche en el suelo como todos los demás  hacer turnos para dormir y que no nos robaran las mochilas. No se quien es más rata, si los roedores o nosotros.

Nepal

En Nepal vivimos una situación de lo más agobiante. Viajábamos en autobús de Katmandú a Pokhara. Son apenas 200km pero implican más de 6 horas de viaje por el estado de las carreteras. Bueno, para nosotros fueron 17. Una locura. Resulta que a mitad de camino se formó un kilométrico atasco en ambos sentidos. Carreteras de montaña donde no cabía un alfiler, calor asfixiante, el aire acondicionado del autobús sin funcionar, gente que decía que llevaba en el mismo punto 37 horas, locales que echaban a andar porque no querían pasar la noche en época de lluvias en una carretera de montaña por miedo a los desprendimientos, rumores sobre un asesinato de policías, apuestas de que pasaríamos allí días, turistas desinformados, tiendas cercanas desabastecidas, sin agua, sin comida, lugareños que aprovechaban haciendo el agosto vendiendo los productos que tenían a mano (se agotaron hasta los pepinos)… y, entrando la noche, se desata un incendio en las cercanías. De pronto, y como si fuera cosa de magia, la cosa empezó a fluir y salimos del atasco en un plis plas. Fue toda un aventura, pero en el momento lo pasamos fatal.

En nuestro penúltimo día del trekking del Poon Hill, nos dirigíamos hacia el pueblo de Ghandruk en un descenso de más de 8 horas. En un punto del camino, nos despistamos y seguimos por otro sendero que nos conducía a ninguna parte, pero de eso nos dimos cuenta cuando ya habíamos recorrido un buen trecho. Como si fuera un regalo de Shiva, apareció un campesino al que le preguntamos con gestos si íbamos en la dirección correcta, el señor se llevó las manos a la cabeza y nos dijo que volviéramos hacia arriba y luego giráramos. Si no nos llegamos a encontrar con ese señor ya en las últimas horas de la tarde y lloviendo torrencialmente, no se donde hubiéramos acabado, porque además, hicimos el trekking solos y sin móviles ya que el mío lo perdí y el de m novio se rompí un día antes en Pokhara. Eso sí, para deshacer el camino andado, nos tuvimos que llenar de barro hasta las rodillas… en unas tierras donde abundan las sanguijuelas. Vimos como se nos metían dentro de os calcetines e intentaban atravesar las zapatillas. Horror.

China

El viaje a China fue uno de los pocos y el último organizado que he hecho. Surgió la oportunidad y me lancé en poco más de 10 días, lo justo para tramitar el visado. Fui co mi tía, mi primo y mi mejor amigo… Una grupo bastante original. Viajábamos en grupo y en todos los hoteles a mi amigo y a mi nos tomaban por novios, incluso nuestro guía chino hispanohablante, en los jueguecillos que hacía en los trayectos para amenizarlos, nos insistía bastante con bromas picantes hasta que le tuvimos que decir que sólo éramos amigos. Se quedó descolocado ¿Un chico y una chica amigos y viajando juntos? ¿En serio? Os juro que le debió provocar un cortocircuito en el cerebro. Desde entonces pasamos a ser apodados como “la falsa pareja” y, junto con mi tía y mi primo, “la extraña familia”.

Rusia

Un viaje muy auténtico que nos encantó. Mientras estábamos en Moscú, quisimos acercarnos a la Rusia más rural y visitar uno de los pueblos del Anillo de Oro. Súzdal fue el elegido por ser el más auténtico, pero también el mas alejado. La aventura comenzó ya en la estación de Moscú. Como siempre, queríamos hacer la excursión por nuestra cuenta y yo me había informado previamente, pero los horarios y precios de internet eran bastante confusos y los blogs a veces contradictorios, así que decidimos acercadnos a a estación un par de días antes para informarnos y comprar los billetes in situ. En Rusia, y más concretamente en Moscú, nadie habla ni papa de inglés y nosotros no teníamos internet en el móvil, pero siempre supimos salir del puro y como esta vez, siempre fue divertido. No había manera de que la chica de la taquilla nos entendiera así que me vi desempolvando mi francés de bachillerato para hablar con una anciana rusa residente en Toulouse que había vuelto a casa de vacaciones e hizo de intérprete. Increíblemente, supimos entendernos y sacar los billetes.

Cuando finalmente visitamos Súzdal y estábamos esperando e autobús que nos llevara de vuelta a Vladimir para coger el tren de regreso a Moscú, me tocó hablar un idioma más: El ruso. El autobús no paraba donde se suponía que debía y a los conductores de os que pasaban nos mandaban por un camino que se alejaba del centro y no nos dio mucha confianza. Finalmente fuimos por el camino que nos indicaron y cuando vi a una señora le pregunté si sabía inglés. Con su respuesta negativa, me tocó tirar del poco ruso aprendido en esos días y dije: “Marshrutka Vladimir” (Furgoneta Vladimir). Nos indicó en la misma dirección que nos habían dicho los conductores. No teníamos muy claro hacia dónde íbamos, pero supusimos que era hacia la estación de autobuses de la mañana. Por suerte, encontramos a un par de canadienses que, móvil y GPS en mano, nos confirmaron que íbamos bien. En ese momento pasó una furgoneta y nos subimos en ella por 16R hasta la estación de la mañana. Qué importante es siempre aprender pequeñas palabras en el idioma del país que se visita.

Amsterdam

Un viaje en el que, la última noche en una discoteca, una amiga (la única que además no se había llevado el pasaporte por si acaso) perdió el DNI. La mañana siguiente se convirtió en una frenética carrera para que pudiera coger el vuelo de vuelta que se saldó lde la manera más inverosímil. Primero fuimos a la embajada y nos mandaron poner una denuncia por robo. Despúes, fuimos a una comisaría en la que toco inventarnos una historia al respecto, pero mi amiga no se manejaba del todo en el lenguaje de Shakespeare, así que yo tuve que hacer de traductora. Nos encerraron en una sala con 3 policías y nos hicieron un interrogatorio digno de homicidio. Finalmente conseguimos la denuncia, pero en el consulado nos pedían fotos…. ¡No había ninguna tienda cerca! Casualidades de la vida, mi otro amigo llevaba en su cartera una foto de carnet de la afectada, pero de la orla. Menos mal que al menos no llevaba el birrete. Finalmente le hicieron un salvoconducto con su banda de graduada en Periodismo. Surrealista.

Cuba

Fue mi viaje de mitad de carrera y entre amigos siempre hemos dicho que nos regalo las situaciones más grotescas de nuestra vida. Muchas no se pueden contar, pero me encanta recordar como, yendo dirección a las Playas del Este de la Habana con un conductor privado, nos quedamos sin gasolina en medio de la carretera… “Parece que el auto está fallando”, decía el señor. Bueno pues ahí estábamos en 2009, tirados en una carretera desierta sin Smartphones ni nada parecido y sin tener a quien avisar. Al cabo de un rato pasa un coche con una pareja dentro: “¡Uy, pero si son os chicos!”, dijo la mujer. No me digáis que no es una suerte que, en esa situación, aparezca una amiga cubana de mi madre con la que habíamos coincidido en el vuelo, con su marido. Nos acercaron en su coche a por una garrafa de gasolina y pudimos continuar la ruta entre risas.

Lanzarote

China no fue el primer lugar en el que a mi amigo José y a mi nos tomaban por pareja. Aunque entendemos que ver a un chico y una chica jóvenes viajando juntos sugiere eso, nosotros somos como hermanos. Con 25 añitos nos fuimos un verano a Lanzarote y nos llevamos al hermano pequeño de José, de 12. Todos los días José y yo íbamos a desayunar a un restaurante a la zona de adultos del hotel mientras su herman hacía actividades. Hicimos migas con la camarera y un día nos dijo que habíamos llegado mu justos de tiempo para desayunar a lo que José respondió: Sí, es que hemos tenido que dejar al niño en la piscina. La camarera le debió de parecer de lo más entrañable y/o curioso que una pareja tan joven ya hubiera formado una familia y que veranearan en un sitio de postín como aquel así que, muy amable, nos preguntó sorprendida: «¿Ah, tenéis un niño? ¿Cuántos años tiene? » Y José respondió tajante: «Doce». «¿DOCEEE?» – Contestó ella assombrada. A partir de ese momento, yo me empecé a sentir de lo más incómoda dando imagen de madre de preadolescente excesivamente joven, pero José se lo pasaba pipa. Otro día, en la cena, se cabreó con su hermano porque no comía y el camarero, tratando de consolar al chaval le dijo: «¿Te traigo ya el postre o esperas a mamá?» No pude callarme y espeté tajante: «NO SOY SU MADRE». El pobre camarero no sabía en qué idioma más disculparse. Debió pensar que era la nueva novia del padre que tenía que cargar con el niño de la mujer anterior y que encima le estaba amargando las vacaciones. Menudo cuadro. Yo, traumatizada, y José partiéndose de risa. Incluso volvió meses más tarde sólo al hotel y la camarera le preguntó por su mujer y el niño. “Esta vez se han quedado en casa”.

Indonesia

Durante nuestra estancia en Bali, alquilamos una moto y compramos una tarjeta de datos para usar el GPS en las rutas. Mi novio conducía y yo iba de paquete, móvil en mano, indicándole. Usábamos su móvil porque tenía que estar localizable por temas de trabajo, pero estaba por fuera estaba en muy mal estado, con el cristal roto y la parte trasera cayéndose a pedazos sólo sujeta por celo, dejando el mecanismo al aire. En una solitaria carretera del norte de la isla, una moto con dos jóvenes indonesios nos adelantó y uno de ellos me quitó el móvil de la mano como a un niño un caramelo. Limpio y rápido. Entre que su moto era más potente y que entre los dos no pesarían ni 70 kilos, en pocos segundos casi los perdemos de vista. Intentamos acelerar y yo en la distancia gritaba “please” y hacía gesto de ruego con las manos…. de pronto empezaron a aminorar la marcha hasta que les cogimos. El chavalín me devolvió el teléfono en marcha y me dijo “SORRY, SORRY, SORRY”. Decidme si es o no surrealista. Cuando se volvieron a machar rápido, no pude evitar decirle a mi novio “Tienes el móvil tan reventado que e lo roba, de lo devuelven y encima te piden perdón”. He aquí una lección importante: viajar con lo viejo. Si hubiésemos llevado un móvil flamante, nos hubiéramos quedado sin rumbo.

Otra de as grandes experiencias de este viaje fue la ruta en barco por las el Parque Nacional de Komodo. Ya habíamos ido historias espeluznantes de trayectos en barco por el Sudeste Asiático, pero nosotros habíamos tenido bastante suerte hasta el momento. Nada hacía pensar que eso fuera a cambiar aquel día cuando embarcamos al amanecer con el mar tan en calma que me quedé hasta dormida. Después de una hora de trayecto, la cosa cambió. Las olas no eran muy grandes, pero el mar por debajo era un torbellino. Hay que decir que esa es una de las zonas con mejor buceo del mundo, así que las corrientes son muy fuertes y ese día lo vivimos en nuestras propias carnes. Las olas zarandeaban nuestro CAYUCO como si fuera un barco de papel. Cuando chocábamos con una de frente, la punta se elevaba más de 60 grados para después hundirse al bajar haciendo que entrara muchísima agua al barco. Eramos unas 10 personas más dos pescadores, y todos nos mirábamos con caras de circunstancias. Estuvimos a punto de volcar varias veces…. y os prometo que yo me vi en las últimas. No dejaba de pensar “No me fastidies que voy a morir ahogada en en el mar en medio de unas remotas islas de Indonesia… es que es de traca”. Mi novio estaba concentradísimo, tenso y  en posición para abalanzarse sobre los chalecos salvavidas y nadar unos kilómetros hasta la isla más cercana sin pensar en todo lo que pudiera estar pasándole por debajo. Con lo que le gustan a él los trayectos en barco (nótese la ironía). Vimos hasta delfines pasar cerca nuestra, para que os hagáis una idea. No sé cómo, pero conseguimos pasar la peor parte y llegar sanos y salvos a la isla de Pulau Padar. Los patrones de otras embarcaciones nos dieron que aquel día no era posible llegar a Komodo por las corrientes, así que después cambiamos de uta hacia Rinca, en otro trayecto algo menos angustioso solo por el hecho de ver la isla más cercana a una distancia aceptable a nado. Tras la visita a los dragones, el trayecto de vuelta a la isla de Flores fue bastante más calmado, pero una vez en tierra, nos acercamos a la agencia en la que habíamos contratado la excursión para darle un rapapolvo al dueño. Ni era el barco robusto que nos había enseñado en las fotos al día anterior, ni reunía las mínimas condiciones de seguridad como una simple radio, ni se nos había avisado del estado del mar. Creo que el señor se fue llorando a la cama.

Washington

Allá en 2008, durante un viaje de tres semanas a Nueva York para perfeccionar el inglés gracias a las ya extintas Becas MEC, decidimos dedicar un sábado a visitar Washington. Fuimos varios españoles que nos conocimos en el viaje, entre los que ademas estaba un compañero mío de la universidad. Lo más económico era coger un autobús en Chinatown a primera hora de la mañana con vuelta abierta, y eso hicimos. Aprovechamos muchísimo el día en una visita express y cogimos el penúltimo autobús de vuelta. Hacia las 12 de la noche, paramos en una gasolinera a recoger a otros viajeros, y mi compañero y otro español decidieron bajar para comprar unos snacks…. 20 segundos más tarde, el conductor arrancaba y se metía de nuevo a la autopista a toda velocidad. Yo salté de mi asiento y le grité que parar que había bajado gente, y el señor chino (que apenas hablaba inglés) me gritó: “NO STOP, NO STOP” y mandándome a freír arroz tres delicias con un gesto. Le insulté en todos los idiomas. Llamamos a nuestros amigos con el consiguiente sablazo que suponía en 2008 y nos alegramos de que al menos, habían bajado las carteras para comprar algo, así que dinero tenían. No sabían cuanto tiempo tendrían que esperar, si el siguiente autobús pararía ahí o no o si habría plazas, pero afortunadamente, pasaron el trago en la estación de servicio como dos adolescentes fugados y asustados hasta que pasó el siguiente autobús, que les devolvió a Nueva York a primera hora del día siguiente. Me hicieron pasar la noche en vilo.

 

¡Deseando de ver qué otras anécdotas me deparan los próximos años para compartir el «volumen II» de esta sección!


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